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Clima

Cuento corto: Viñetas * Por ErNan


Cuento corto: Viñetas * Por ErNan

Cuando Lucho cambió su asiento de piloto, de un cajón de frutas vacío a un banquito (hasta
entonces, pedestal de maceta), fue una mejora sustancial para la nave que lo llevaba
raudamente de un asteroide a otro, en persecución de los piratas espaciales; tanto que incluso sus armas láser parecieron desde entonces disparar con mejor acierto y mayor poder
destructivo.

Así lo comprobaba su mirada intensa de guerrero veterano, escrutando en la pared
medianera de ladrillos sin revoque la pantalla que le mostraba las naves enemigas explotar en
deslumbrantes fulgores de retorcido metal.

Y así lo atestiguan su madre y su abuela desde la cocina de la casa, hacía una semana, oyendo los efectos de sonido de armas y motores, con sus expresiones de entusiasmo tras cada misión exitosa, se asomaban al patio y al verlo inmerso en su aventura de astronauta de nave reciclada con chatarra no podían evitar sonreír; lo llamaban para merendar y le preguntaban por su compañero, también valiente piloto, secuestrado por los piratas, luego felizmente rescatado y ahora reasignado en otra nave de su equipo, combatiendo lado a lado contra los villanos del sistema solar.

Ámbar pensaba que era una lástima que sus padres no pudieran ver su colección de
monstruos. Lo pensaba pero no lo decía. La única vez que se los quiso mostrar, y la miraron
con ese aire de divertida confusión entre seguirle la corriente o señalarle que no había ningún
animal mitológico de arena calcinada, veteada de magma, del otro lado de la ventana de su
habitación y que se durmiera de nuevo porque era muy tarde, la niña entendió que ellos no
tenían la capacidad de percibirlos, simplemente porque tampoco tenían la habilidad de crearlos.

Así que, cada fin de semana que iban a la playa, ella volvía con una nueva criatura imaginada
para sumar a lo que ya era un verdadero ejército antediluviano, agitando las alas enervadas,
restallando las colas como látigos, reflejando en sus escamas el platear de la alta luna en la
madrugada, liberando un aliento ígneo que curiosamente no marchitaba las flores del jardín de mamá.

No era casualidad que sus criaturas tuvieran similitud con las ilustraciones del libro que
poco antes le obsequiara su padre; al ver sus inclinaciones naturalistas y artísticas, él había
traído a casa un libro sobre animales prehistóricos y dinosaurios. Sin embargo ella no se
limitaba a copiar en la arena, en esbozo, lo que había visto en las páginas; no, seguía fielmente
su instinto y modificaba sutilmente los diseños. Tal vez por eso luego cobraban vida. Los
imbuía de algo que ni siquiera los fósiles que los inspiraron tuvieron, eones atrás, cuando
poblaron la tierra: el poder de la magia en el asombro de la inocencia.

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