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Cuento Corto: Tiempo después


Cuento Corto: Tiempo después

*Por ErnAn.- Como en la vida lo único seguro es el cambio, un día se despertó distinto, casi como antes, descansado, libre de la bruma del sueño y de esa otra que le impedía ver con diafanidad las oportunidades, para volver a elegir.

Estiró un brazo que de inmediato se enfrió al dejar la protección de las cobijas, tomó el celular, prendió la pantalla, vio, sobre la imagen de fondo genérica de vivos contrastes, la hora y la fecha, media mañana de sábado. Dejó el dispositivo, se volvió a tapar hasta la cabeza y se acurrucó. Pero ese primer impulso de remolonear se cambió en ímpetu de abrir los ojos, evaluar con imparcialidad la falta de sueño, la penumbra débil por la luz del día que entraba por los resquicios de la persiana, la necesidad de una ducha cálida y un desayuno sustancioso.

Mientras abría la ducha, dejaba correr el agua y calentarse bien, se desnudaba y pensaba que hacía mucho que no tenía planes; que cuando terminaba la rutina semanal y dejaba atrás la tiranía laboral daba paso a la tiranía existencial, el despropósito del tiempo libre, el vacío y la culpa. Sin embargo, extrañamente, espontáneamente, hoy ya no era así. Y pensando en eso tampoco sentía el aire frío que lo rodeaba de creciente vapor. Se metió bajo la ducha con satisfacción renovada.

Se vistió enseguida, en parte por el frío y en parte por la languidez, consecuencia de la cena muy ligera que solía saciar su escaso apetito de soltero a la fuerza.

Preparó un café instantáneo, apartó unas masitas con membrillo, volvió al cuarto y se sentó al borde de la cama. Bebió y comió con parsimonia, sin la urgencia de tomar un libro de la pila junto al velador y cubrir con palabras ajenas a la propia conciencia machacona. Su mente estaba clara, abstraída en la contemplación de la imagen vista momentos antes, a través de la puerta vidriada de la cocina, el patio cubierto de escarcha, el cielo ya muy celeste y un sol oculto que prometía elevarse menos para entibiar la atmósfera otoñal que para dar colores precisos y sombras netas a la realidad, perfecto para ver las cosas como son.

Perfecto para recorrer un paisaje diluido en la memoria y redescubrirlo.

Porque acaso uno mismo también pudiera reencontrarse ahí.

En media hora terminó. Se abrigó bien. Abrió la puerta de calle y el aire helado lo mordió como un cristal, en la piel expuesta entre la bufanda y el gorro. No le importó.

Eso también pasaría.

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