Por ErnAn,. Empezó como un dibujo en la arena.
Un dedo corto y fino de una mano pequeña trazaba líneas en la superficie oscura, húmeda. El
sol declinaba pronunciadamente, ya estaba en sombra esa zona de la playa, y la niña
encorvada le daba forma a su criatura, tratando de no pisar el cuello, las alas, las patas. Las
escamas del vientre quedaron listas un momento antes que los padres la llamaran para subir al
auto y volver a casa.
Le dio un último vistazo desde el vidrio trasero, al alejarse. Sí, era el que mejor le había salido
hasta ese momento. Casi parecía respirar entre la ondulación claroscura de los granos finos y
el aire brillante de bruma.
En la noche solitaria, cuando la espuma débil de la rompiente fue arrastrada por la brisa que
impulsaba el oleaje y su rumor, y tocó el perfil del monstruo, la luz helada de las estrellas
completó el hechizo y fue como si la playa inspirara largamente, ondulando todavía más, y
dejara escuchar otro rumor, más profundo que el mar, subterráneo, ronco, crepitante, luego
acompasado con el creciente brillo de venas de lava que perfilaron el dibujo, cada trazo,
avivándolo, pulsantes acompañando su aliento.
Tal vez alguien vio, en la distancia, una brasa elevarse a lo lejos, buscando el cielo como un
raro meteoro. Pero nadie imagino que iba al encuentro de su ama, la fuente inocente de su
poder telúrico.
Ámbar no se asustó al despertar en la madrugada. Nada más natural que un sueño hecho
realidad tras la ventana de su cuarto, esperándola.
