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Cuento corto: La mesa de café de siempre


Cuento corto: La mesa de café de siempre

En el acogedor café de la esquina, había una mesa que todos conocían. Era una mesa pequeña, redonda, con patas de hierro forjado y una superficie de madera desgastada por los años. Esta mesa tenía algo especial, una especie de magnetismo que atraía a las personas a contar sus historias y compartir sus secretos.

Doña Marta, la dueña del café, llevaba más de treinta años sirviendo café y pasteles caseros a los clientes. Siempre decía que la mesa tenía un alma propia, que guardaba los recuerdos y las emociones de quienes se sentaban a su alrededor. Para muchos, esa mesa era un lugar de refugio y consuelo.

Cada mañana, el señor López llegaba puntualmente a las ocho. Con su sombrero de ala ancha y su bastón, se acomodaba en la mesa con su café y su periódico. Siempre pedía un cortado y una medialuna. Había sido periodista, y aunque ya estaba retirado, seguía manteniendo la rutina de leer las noticias. La mesa era su compañera de soledad desde que su esposa había fallecido.

Luego, a las diez, llegaba Clara, una joven escritora que trabajaba en su primera novela. Con su portátil y una libreta de notas, pasaba horas en la mesa, dejando que el ambiente del café y el murmullo de los clientes la inspiraran. Le gustaba pensar que la mesa, con todas sus historias acumuladas, le susurraba ideas y tramas que ella solo tenía que transcribir.

Al mediodía, era el turno de los estudiantes de la universidad cercana. Se reunían en la mesa para discutir proyectos, estudiar para los exámenes y, a veces, simplemente para charlar. Para ellos, la mesa era un espacio de camaradería y aprendizaje, un lugar donde las ideas fluían libremente.

Por la tarde, Doña Marta observaba cómo la mesa volvía a cambiar de rostros y relatos. Parejas jóvenes venían a compartir un café y sueños de futuro, mientras que amigos de toda la vida se reunían para recordar tiempos pasados. La mesa de café era testigo de risas, lágrimas y confesiones.

Una noche, justo antes de cerrar, Doña Marta encontró una pequeña carta escondida debajo de la mesa. Era de un hombre que había pedido matrimonio a su novia en ese mismo lugar. En la carta, agradecía a la mesa por ser parte de uno de los momentos más importantes de su vida. Marta sonrió y guardó la carta en una caja especial donde coleccionaba otros objetos encontrados a lo largo de los años: notas, dibujos, y pequeños recuerdos.

Con el paso del tiempo, la mesa de café de siempre siguió siendo un punto de encuentro. Aunque las personas cambiaban, la mesa permanecía, acogiendo cada nueva historia con la misma calidez. Doña Marta sabía que, mientras su café estuviera abierto, la mesa seguiría siendo el corazón del lugar, un testigo silencioso de la vida que pasaba a su alrededor.

Y así, la mesa de café de siempre continuó siendo un refugio para todos, un lugar donde cada taza de café y cada conversación contribuían a la rica tapicería de historias que la mesa, de algún modo, parecía guardar en su alma de madera y hierro.

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