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Cuento corto: un banco “muy especial”


Cuento corto: un banco “muy especial”

Había una vez un pequeño pueblo enclavado entre montañas y bañado por un río sereno. En este lugar, la gente vivía en armonía y se preocupaba profundamente por el bienestar de sus vecinos. Se decía que en este pueblo, las personas sabían cómo brindar “caricias al alma”, un concepto que iba más allá de los gestos cotidianos. (foto ilustrativa)

En el centro del pueblo, se encontró una plaza donde la gente se reunía para compartir historias, risas y momentos especiales. En esta plaza había un banco de madera que se convirtió en el símbolo de las “caricias al alma”. Cada día, los habitantes del pueblo dejaban pequeñas notas de aliento, dibujos inspiradores y mensajes de amor en el banco. No importaba si el día había sido soleado o nublado, siempre había algo nuevo y hermoso en ese banco.

Un día, llegó al pueblo un viajero cansado y triste. Había recorrido un largo camino y cargaba con él el peso de sus preocupaciones. Al sentarse en el banco de la plaza, notó las notas y mensajes que adornaban el lugar. Se sorprendió por la calidez y la compasión que emanaban de esas pequeñas expresiones de cariño.

Un niño curioso se le acercó y le explicó la tradición de las “caricias al alma”. Le contó cómo en ese pueblo, las personas se esforzaron por brindar a consuelo y amor a quienes lo necesitaban, a través de palabras y gestos cuidadosamente elegidos.

Inspirado por esta historia, el viajero se quedó en el pueblo por un tiempo. Durante su estancia, él también contribuyó a las “caricias al alma”. Escribía poesía en las notas, compartía cuentos que tocaban los corazones de los demás y pasaba tiempo escuchando a aquellos que necesitaban desahogarse.

Con el tiempo, el pueblo se convirtió en un refugio no solo para los residentes, sino también para aquellos que buscaban consuelo y esperanza. La fama de las “caricias al alma” se afilaron y personas de otros lugares vinieron a experimentar el poder transformador de estas simples muestras de afecto.

El pequeño pueblo se convirtió en un faro de luz en un mundo a menudo tumultuoso. Y todo comenzó con un banco de madera en una plaza donde las personas aprendieron el valor de brindar caricias al alma de los demás, tejiendo así una red de amor y comprensión que unía a la comunidad y trascendía las fronteras.

Y así, la tradición de las “caricias al alma” perduró, grabándonos a todos que incluso los gestos más pequeños pueden tener un impacto profundo en la vida de alguien y en el mundo en general.

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