Se apellidaba Pacheco, dice Hugo Nario en su libro “Mesías y bandoleros pampeanos”, pero su nombre célebre fue el de “Tigre de Quequén”. Había huido del Pago de Magdalena, donde había hecho una muerte, y se escondió en los campos de la zona. Armó su refugio en una cueva, para algunos ubicada en el rio Quequén Grande y para otros en el Quequén Salado.
Hay muchas historias sobre Pacheco, mayormente derivadas de la obra de ficción “El Tigre del Quequén”, escrita por Eduardo Gutiérrez en 1880. Las diferentes versiones lo presentan como un matrero que azolaba los campos del sur bonaerense. En el pasado había sido peón de estancia, y no se conoce que haya sido pendenciero, pero su condición de prófugo y la falta de medios claros de supervivencia hicieron suponer que era responsable de varios robos y fechorías, que en realidad nunca pudieron probársele. De todas formas las autoridades de la campaña no podía dejar pasar semejante presencia ante el temor del vecindario, pero el gaucho era escurridizo y temido incluso por la misma fuerza policial.
Por eso el comisario Aldás, el famoso “Gorra Colorada”, ideó un plan para atraparlo. Él mismo se disfrazó de mercachifle, y con un carro cargado de mercaderías comenzó a pasar con frecuencia cerca de la morada del Tigre, ganándose su confianza. Una vez lo invitó a acercarse al carro para ver unas ropas, y allí lo esperaban, ocultos, varios policías.
El gaucho pasó varios años a la sombra, y según Nario, cuando salió no se supo más de él. Sin embargo hace un tiempo, mientras revisaba antiguos documentos en la Biblioteca de la Universidad de La Plata, encontré una noticia ilustrada con una foto del Tigre del Quequén, ya muy viejito, sentado en la puerta de su rancho, en Toay, provincia de La Pampa.
Fuente: El Otamendino, N° 747, 27/10/16
