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Alfredo Blanco: “Me quedo con la Córdoba laica, crítica y universitaria”


Alfredo Blanco: “Me quedo con la Córdoba laica, crítica y universitaria”

Es economista, pero casi tipógrafo. Fue funcionario, pero se desilusionó. Asistió a un colegio religioso, pero su templo es el aula magna de Ciencias Económicas.

Alfredo Blanco –lentes rectangulares, barba nevada, cierto gusto por los sacos sueltos– sabe, como cualquier cordobés capitalino, que no tuvo la suerte de nacer en una de las ciudades quiméricas y perfectas soñadas durante el Renacimiento. En esas urbes utópicas, sus habitantes vivían protegidos por una muralla, delimitados por calles simétricas y seducidos en una burbuja de bienestar permanente.

Pero el economista Alfredo Blanco es otro de esos seres que cada mañana deben lidiar con los embotellamientos continuos en las avenidas estrechas con las que nos castigaron los fundadores españoles, con el fantasma pegajoso del esmog y con los colectivos que no respetan horarios y transportan por las avenidas su embutido acalorado de torsos, piernas y mochilas.

Un sueño de verano

Antes de volver a ser eso que se llama un ciudadano de a pie, Blanco estuvo sentado a la mesa de los que tienen la posibilidad de decidir cómo moldear esta ciudad. Fue secretario de Gobierno del intendente Rubén Martí, presidente del Concejo Deliberante y legislador provincial.

Hace 20 años pensábamos que Córdoba iba a ser Curitiba, pero terminó siendo una frustración. Creíamos que seríamos protagonistas de una transformación urbana sin precedentes, que Córdoba tenía una gran posibilidad de desarrollo, con descentralización, con una infraestructura diferente, con mayor disponibilidad de servicios, con un sistema de transporte masivo alternativo. Pero eso no sucedió, la ciudadanía no nos acompañó, eligió otra propuesta”.

Hoy –dice– el cordobés es un habitante insatisfecho, que no está conforme con el transporte que tiene ni con el esquema de recolección de basura, ni con el sistema de saneamiento y cloacas, ni con el servicio que le dan los empleados municipales. Los habitantes de Córdoba no se sienten parte activa del destino de la ciudad. Los cordobeses y los argentinos en general hemos perdido el sentido de lo colectivo, de ser conscientes de que cuando salimos de nuestras casas estamos pisando un territorio que es del conjunto de los ciudadanos. Hemos perdido esa pertenencia social de lo urbano y eso explica muchas conductas desaprensivas o egoístas que vemos”.

A los 17, y con 13 años de formación franciscana entre las sienes, Blanco llegó desde Río Cuarto y cayó en la Córdoba humeante de 1969. “La Facultad de Ciencias Económicas había sido inaugurada por el presidente Illia en 1966. Entré acá, vi este gran edificio, me asomé a lo que era el salón de actos y hoy es el aula magna, y me impresionó, era algo espectacular para mí”, recuerda Blanco, que llegó a ser decano de la facultad a la que hoy sigue ligado como profesor, y que eligió como su lugar preferido de la ciudad, para hacer esta entrevista.

Sé que muchos llegan a Córdoba y encuentran una ciudad religiosa, la ciudad jesuítica, pero yo me quedo con la Córdoba laica, universitaria y del pensamiento crítico. Porque cuando vine encontré una ciudad mucho más abierta, una ciudad con un polo industrial, con clase obrera, con agitación y con apertura de pensamiento, que hacía realidad la promesa del país con movilidad social”.

 Ciudad de afectos

Ni mi padre ni mi madre –recuerda– habían terminado la educación media. Mi padre desde joven trabajaba y tenía una imprenta, yo me crié en el olor a tinta y aprendí a ser tipógrafo. La mía era otra de las familias que hacían el sacrificio para que sus hijos estudiaran, progresaran, y las mejores cosas que me han pasado en la vida están relacionadas con esta facultad”.

Blanco tiene una hija que vive en Suiza. En las ocasiones en que viajó a verla, se imaginó cómo sería quedarse a vivir allá, en las ciudades utópicas contemporáneas. “Son lugares hermosos, organizados. También estuve en Málaga, que me pareció una ciudad muy bella. Pero la última vez que fui a Europa fue la primera en que no fantaseé con quedarme. A esta altura de la vida me doy cuenta de que uno privilegia las relaciones y de que a los lugares que habita ya los ha llenado de afecto. Ya no tengo ganas de quedarme allá”. O en otras palabras: tiene ganas de seguir por acá.

Sommelier de pensiones: primeros años en Córdoba

Como otros miles de estudiantes del Interior, Blanco comenzó su itinerario capitalino como sommelier de pensiones. Primero le tocó una pensión a 50 metros de la Plaza San Martín. Su habitación era un altillo sobre calle Rivadavia. Era 1969. “El día del Cordobazo bajé y salí caminando por calle Buenos Aires hasta el bulevar San Juan. Me topé con la manifestación de obreros, vi el acto”.

Luego pasó a una segunda pensión en la esquina de Chacabuco e Illia, y después a una tercera, en calle Independencia. Más adelante saltó a un departamento con amigos en calle Urquiza, donde vivió hasta que terminó la Universidad. Se casó, se mudó con su esposa a calle Fragueiro, compraron su primera casa en el barrio Obrero, luego pasó al Bajo Palermo. Después de enviudar, se mudó a barrio Alto Verde, por donde camina ahora.(Fuente lavoz.com)

Por Sergio Carreras

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